Llego un poco antes de la hora fijada al hotel donde hemos quedado y lo veo desde lejos, plantado en la acera, móvil en ristre, auriculares inalámbricos ocluyéndole los tímpanos y bolsa de loneta al hombro, uno de tantos urbanitas ultramodernos entre los 20 y los 70 que atestan la Gran Vía madrileña. Es luego, frente a frente en la mesa de la cafetería, cuando Álvaro Benito, tatuado hasta el galillo, se revela como un tipo serio, correcto sin llegar a cordial, quien sabe si por timidez o talante. Pide una manzanilla. Los camareros, que le han reconocido, lo atienden con el típico exceso de celo de quienes quieren agasajar a una celebridad sin molestarla. Él se da cuenta, yo me doy cuenta, y todos hacemos como que no nos la damos. Como estamos en vísperas del gran concierto de su grupo, Pignoise, ante cerca de 15.000 personas en el Movistar Arena, decido romper el hielo por esa vía.
MR. PIGNOISE
Álvaro Benito (Ávila, 48 años) tenía todo lo que hay que tener para convertirse en una leyenda del Real Madrid, a cuya cantera había llegado a los 14 años, cuando una gravísima lesión de rodilla, agravada por un accidente de tráfico, le apartó del fútbol profesional a los 24 años. En las largas convalecencias entre operación y operación, volvió a coger la guitarra eléctrica que se compró a los 17 años, se hizo con una batería y, de esas sesiones, surgió el germen del grupo Pignoise, que formó junto a Pablo Alonso y Héctor Polo. La canción Nada que perder, elegida como banda sonora de la serie Los hombres de Paco los lanzó a la fama masiva entre un público joven que los ha acompañado en los 20 años que cumple ahora la banda y cuyo aniversario celebran el día 7 de abril con un concierto en el Movistar Arena de Madrid. Si a Benito, que, además es entrenador de juveniles y comentarista deportivo, le preguntan cuál es su profesión, responde sin dudar: «músico».
