Hay dos rituales que se repiten cada edición de Arco. Por un lado, el que protagonizan los coleccionistas el primer día que la gran feria internacional de arte contemporáneo madrileña abre sus puertas, cuando comienzan con el juego de pujas entre susurros con los galeristas. Aquí los precios no se enseñan, es difícil encontrar el valor de una pieza en las cartelas. Todo queda entre unos pocos, los que son capaces de acceder a este tipo de arte. Y luego está la liturgia de los periodistas que cada edición, y van 44 con esta, se plantean la misma pregunta con la esperanza de encontrar alguna certeza: ¿qué historia del arte quiere contar Arco este año?
