Una miniserie de dos capítulos que ha emitido Televisión Española sobre Jesús Quintero, El Loco de la Colina, me ha llevado a aquellos años en que recorrí parte del camino siendo su amigo. Nos conocimos sentados los dos a una mesa del Café Gijón sin que nos presentara nadie. Teníamos amigos comunes y esto era suficiente aval en aquella gabarra de desesperados que buscaban la gloria, que no iba mucho más allá de poderse pagar un pepito de ternera. No recuerdo si aún estaba vivo el dictador, pero estoy seguro de que la libertad ya se hallaba coqueteando en aquella tertulia y Jesús Quintero trataba de agarrarla por el rabo. “Tengo una depresión de caballo” —fue la primera confidencia que me hizo de su boca—. “La depresión se debe a una falta de minerales” —le dije por decir algo que sonara a raro—. Pero si tu depresión es de caballo, ¿por qué no pruebas a darle alfalfa?