No era fácil verla venir. Quién iba a intuir que después de firmar su segundo mejor inicio en el Mundial de Fórmula 1, tras el del año pasado, Sergio Pérez caería en una desgracia de tal magnitud que, en condiciones normales, ya le habría arrancado de las manos el volante del Red Bull que conduce. El mexicano se aferra a su asiento a pesar de tener la mayoría de elementos en contra. Sobre todo, los deportivos, esos que siempre movieron las decisiones tomadas por la marca del búfalo rojo en la elección de sus pilotos. El cuarto título encadenado de Max Verstappen, celebrado el domingo en Las Vegas, no esconde el momento de fragilidad por el que transita Red Bull desde principios de año a raíz del caso de presunto abuso de poder de Christian Horner, su director, y que se resolvió con el despido de la subordinada que le acusó.