Se pueden amar las tradiciones sin ser tradicionalista. Se puede amar lo propio sin odiar lo ajeno. La vida es una conversación. Conviene recordarlo, ahora que tanto protagonismo tienen las bravuconadas. Yo lo recuerdo con alegría en Nueva York, gracias al Festival de flamenco que Miguel Marín organiza en la ciudad de Donald Trump. Allí recuerdo que Federico García Lorca escribió su Poema del Cante Jondo en 1922, cuando preparaba con Manuel de Falla otro festival. Publicó el libro en 1931, después de haber conocido la vida en Harlem y de identificarse con la poesía afroamericana en Cuba. Su lectura modernizadora de los cantes populares a través del ultraísmo le había servido para escribir Poeta en Nueva York, poemas que miran desde el surrealismo las tradiciones románticas. Volvió a España y dijo que ser de Granada lo inclinaba a la comprensión simpática de los perseguidos, del gitano, el negro, el judío, el morisco que todos llevamos dentro.
