
El cielo de París, rácano por naturaleza con sus habitantes, no ofrece esta tarde mucho más que nubes y lluvia, un dato escasamente relevante en una ciudad donde el sol aparecerá durante el mes de noviembre solo 10 horas. El bulevar Saint-Germain, quizá eso sea más importante para la historia, es hoy un sendero de tiendas de lujo y moda que ocupan los viejos locales donde antes hubo librerías. Y el Café de Flore, sempiterno templo de la contemplación y de la conversación parisiense, se ha convertido en una suerte de museo para turistas curiosos dispuestos a pagar nueve euros por un café. No todo está siempre perdido, porque arriba, en la última esquina del local, donde suele reunirse el jurado del premio literario que cada año otorga el Flore, queda una mesa libre junto a la del fabuloso actor Fabrice Luchini, que, a juzgar por cómo bromea con el camarero, debe pasar aquí más horas que en su casa.