A falta de 5,2 segundos para terminar el partido, Michael Jordan aceleró. Era el sexto encuentro de las finales de 1998 contra los Utah Jazz. Los Bulls dominaban la serie 3-2, pero perdían el encuentro 85-86. Jordan, como decía, aceleró hacia la canasta por el centro de la zona, marcado por Bryon Russell. Los otros cuatro jugadores de los Jazz se desentendieron de sus marcas, que se habían abierto para aclarar la entrada de Jordan, y se movieron para interceptar a Air. Jordan frenó en seco, Russell se pasó de frenada y resbaló, lo que dio tiempo al escolta de los Bulls a dar un pasito hacia atrás y encestar con una canasta relativamente fácil. Fue el 87-86, el último tiro del partido, de la serie, y debería haber sido también el de Jordan. Una despedida grandiosa, a la altura de su mito: lanzamiento ganador y título de campeón en una temporada antológica, la del último baile de los Bulls de los seis anillos. Así fue durante tres años. Pero, en 2001, a los 38 años, Jordan regresó a las canchas con los Washington Wizards. En dos años no tuvo un mal rendimiento, pero no logró clasificar a su equipo para los playoffs. Los dioses del deporte, ay, suelen escribir sus finales con renglones torcidos.
Como Rafa Nadal. El gran (ex)tenista manacorí no ha tenido una despedida a la altura de su leyenda; hay consenso en ello. Se fue de madrugada, un día entre semana, tras perder una eliminatoria de Copa Davis contra un jugador desconocido. Cierto, se ha ido compitiendo, y perder forma parte del juego; no hay deshonor en que el último partido sea una derrota. Pero la escenografía, la pompa, la representación… nada fue lo que Nadal se merecía.
Phelps y Bolt
Michael Phelps, por ejemplo, se despidió con una medalla de oro. En los Juegos Olímpicos de Río, en la final de los 4×100 metros estilos, nadó la posta de mariposa en 51.14 segundos para alzarse con la victoria junto a Ryan Murphy, Caeleb Dressel y Nathan Adrian. En Brasil, Phelps ganó cinco medallas de oro (en los 100 metros mariposa, 200 metros mariposa, 4×100 metros libre, 4×200 metros libre y los 4×100 metros estilos) y una medalla de plata (en los 100 metros mariposa). Con estos metales, elevó su medallero a un total de 23 medallas de oro, 3 de plata y 2 de bronce en cinco Juegos Olímpicos (2000, 2004, 2008, 2012 y 2016). Una carrera de leyenda, un insuperable final en el podio, con su equipo, bañado en oro.
A Usain Bolt, sin embargo, le traicionó su cuerpo. Como Phelps, Bolt se presentó en Río de Janeiro con la intención de dejar el deporte tras competir en los Juegos. Como Phelps, demostró ser el mejor: ganó el oro en los 100 y 200 metros lisos y en el relevo 4×100. Pero la tentación de alargar su carrera fue demasiado fuerte, y se presentó en los Mundiales de Londres de 2017. No pudo imponerse en la final de los cien metros (se colgó el bronce) y, en el relevo del 4×100, acabó lesionado, en el tartán. No pudo despedirse en un destello de gloria.
Nadal lleva despidiéndose, en realidad, varios meses. La recta final de su carrera ha sido una lucha contra su cuerpo. Lo veíamos en cada partido, en cada revés, en cada resto, en cada gesto. Él lo ha contado decenas de veces: ha sido su cuerpo el que ha dicho basta. Fiel a sí mismo, Nadal no cedió al dolor ni a la evidencia física, y siguió luchando e intentándolo hasta que no pudo más. Y anunció que lo dejaba.
La gira de despedida
¿Cómo gestionar ese momento? El mítico Kareem Abdul-Jabbar se despidió del baloncesto en la temporada 1988-89. Ya no era el líder de los Lakers (ese era Magic Johnson) y Abdul-Jabbar era un jugador de rotación que acabó esa temporada con 10,1 puntos y 4,5 rebotes de media por partido, nada mal. La final de la NBA la perdió 4-0 contra los Detroit Pistons de los bad boys. Pero lo que se recuerda en la historia del deporte de esa temporada fue la gira de despedida de Kareem. En cada cancha en la que el mito de los Lakers jugó su último partido, recibió el homenaje del equipo rival. Jabbar no se fue con victoria, pero sí con el cariño y el reconocimiento de los amantes del baloncesto.
Nadal hubiese merecido algo así. Ha sido uno de los más grandes de la historia del tenis y tal vez el mejor deportista español de todos los tiempos. Su final debería haberse preparado mejor. No se trata de irse ganando, sino de despedirse a la altura de la mística de las leyendas. Diego Armando Maradona, otro deportista que no supo decir adiós, lo dejó dicho en una frase: “Los deportistas no mueren, se transforman en historias que se cuentan una y otra vez”. Tal vez por eso en el deporte cuesta tanto escribir los finales. Para mí, Nadal se despidió en la ceremonia de inauguración de los Juegos de París.