
Imaginemos un gran bosque, frondoso y lleno de diversas especies que conviven en armonía. Para su buen funcionamiento, ese bosque, como cualquier otro organismo natural, requiere de cuidados, alimento y cierto equilibrio. Si logramos que esté sano, el bienestar del bosque repercutirá en el planeta entero. Ese bosque, en términos del cuerpo humano, es nuestra flora intestinal o microbiota, un ecosistema en el que miles de distintas bacterias beneficiosas se ocupan, entre otras cosas, de metabolizar algunos carbohidratos o de enseñar a nuestro sistema inmunitario para que funcione con más eficacia. Por tanto, si la microbiota está en buena forma, nuestro cuerpo lo notará y lo agradecerá.
