Los juicios cuyos veredictos parecen más evidentes resultan a veces los más complejos de resolver. El final del proceso del cirujano Joël Scouarnec —como lo fue el de Dominique Pelicot, el hombre que durante años drogó a su esposa para que decenas de hombres la violasen en su propia casa— estaba escrito antes de empezar. De hecho, fue él quien lo hizo minuciosamente en unos diarios íntimos donde anotó cada uno de sus crímenes durante 25 años. Ahí figuran una a una las 299 víctimas, la mayoría menores de edad, que se sientan estos días en un gran anfiteatro para seguir el juicio a 300 metros de la corte. Pero en esas líneas, 50 páginas por año, también se encontraba su propia condena. Lo interesante, en los dos procesos más mediáticos que ha visto Francia en los últimos años, es la letra pequeña. Es decir, por qué lo hizo, quién lo sabía, cuánta gente le encubrió y, sobre todo, cómo puede ser que fallasen todos los controles. “He traicionado a todos mis colegas, les mentí para encubrir mis actividades y les pido disculpas a todos por lo que pude haber hecho”, señaló por la mañana el acusado.
