
Hace ya sesenta años que el científico “Q” presentaba al agente secreto James Bond su nuevo automóvil, el legendario Aston Martin DB5. Tenía cristales antibalas, varias matrículas rotatorias y el famoso botoncito rojo en el pomo de la palanca de cambio, con el que se abría el techo y el piloto era expulsado. Minucias infantiles comparadas con la sofisticación que han alcanzado hoy los modelos de una marca de lujo que es también un icono de la sofisticación británica. Y que como otros gigantes de la automoción, no cierra el año en un buen estado de salud financiera.