Y de pronto ser feminista dejó de ser una etiqueta transgresora para convertirse en una expresión aceptable, manejable en los registros de la cultura popular. De pronto ser feminista se volvió cool, pop, muy pop. Se puso de moda. Ya no cargaba de forma tan pesada con el estigma del título “problemático” al que pocas figuras públicas querían adherirse. Era de gente progresista, moderna, divertida incluso llamarse feminista. Lo contrario se pintaba como un miedo rancio a la libertad o a la idea de libertad que poco a poco se fue adhiriendo al concepto.
