Quedaban los últimos estertores al encuentro, al punto que el colegiado ya miraba con impaciencia al reloj, feliz y conforme el Villarreal con la victoria que parecía tener en el bolsillo. Solo lo parecía. Primero porque a Stuani hizo un tanto que solo el VAR se atrevió a desaprobar por fuera de juego, cosa de una rodilla adelantada; y después porque una volea desde fuera del área a lo Oliver y Benji de Krejci, un central que muda en delantero cuando se aproxima al marco rival -ya marcó en la jornada anterior al Espanyol-, desmontó las ilusiones amarillas para sellar el empate. Era la prueba del algodón para el Girona, equipo que se subió al trampolín con los últimos tres triunfos ligueros seguidos y que asomaba la pata en la zona burguesa de la tabla, penalizado sin embargo en una Champions que se le atraganta. Era, también, un duelo de Quo Vadis para el Villarreal, mermado sobremanera por las lesiones, aunque aspirante a la élite en una temporada sin los entremeses europeos. Y aunque todo asemejó empezar y acabar con la Ley Baena, toda vez que el futbolista se hizo el mariscal del balón y del encuentro, el Girona fue capaz de cambiar de registro -contras al galope por balones colgados al área desde los costados- para remontar dos goles, para explicar que ha vuelto definitivamente a La Liga.