No se cuál es en los últimos tiempos la audiencia televisiva de los Oscar fuera de Estados Unidos, pero sospecho que está en alarmante decadencia. A mí nadie, excepto los profesionales cuya obligación es quedarse despiertos esa noche, me comenta que haya estado despierto hasta cerca del amanecer para constatar quiénes son los nuevos reyes de Hollywood y disfrutar con esa marcha de pompa y circunstancia, agotadores agradecimientos e interminable desfile de presunto glamur.
