Parece que fue ayer, pero hace casi 30 años, en 1997, el mundo centraba su atención en la firma del Protocolo de Kioto, un acuerdo que prometía frenar el calentamiento global y marcar un punto de inflexión en los esfuerzos por mitigar sus efectos. En aquella época, el umbral de dos grados Celsius de aumento en la temperatura media global se consideraba el límite más allá del cual las consecuencias serían catastróficas. A lo largo de las siguientes décadas, las cumbres internacionales continuaron alimentando la esperanza de alcanzar un consenso global que frenara la crisis climática. Hoy, sin embargo, ese escenario de emergencia ya no parece tan distante. Ciudades inundadas, sequías devastadoras y monzones extremos, que en su momento parecían fenómenos aislados, se han convertido en una nueva normalidad.