Hay ciudades que se visitan y otras que se viven, y Sevilla, en primavera, pertenece indiscutiblemente al segundo grupo. Aquí, el aire huele a azahar y suena a guitarra; el sol juega a pintar de oro las fachadas y las sombras frescas de los patios invitan al descanso. La ciudad se despierta en esta época con una energía especial: tras la intensidad de la Semana Santa y la explosión festiva de la Feria de Abril, aún queda el regalo de un mayo luminoso que se entrega incondicionalmente a su gente. Eso sí, sin los rigores de lo que después será el verano en esta ciudad andaluza.
