
En un apartamento del sur del Bronx, Consuelo Salazar, de 58 años, espera a que se hagan las 10.30 de la mañana para dirigirse a la alcaldía de la ciudad de Nueva York. Lleva varias capas de ropa, una mochila negra y un megáfono que cuelga de su hombro derecho. En las manos sostiene dos pancartas y una bolsa con varios plumones. De camino al metro, para en una farmacia cercana para fotocopiar las cinco multas que el Departamento de Sanidad municipal le impuso dos semanas atrás por no tener licencia para dedicarse a la venta ambulante, usar mesas en la vereda y trabajar cerca de una parada de autobús. “Llegaremos al mediodía. Justo a tiempo”, dice Salazar tras subir al tren, mientras revisa la ruta hasta el sur de Manhattan en la aplicación de Google Maps en su teléfono celular.

