Tengo unos 27 años. Hoy he cambiado el itinerario habitual de vuelta a casa después del trabajo por hacer la vuelta menos monótona. Es una zona muy poco transitada. De pronto, un hombre con un pasamontañas me asalta, las manos en los bolsillos, me exige que le dé todo el dinero. Se lo doy y echo a correr. Cuando creo que está muy lejos, me paro para comprobar que no me ha seguido. Noto muy fríos mis vaqueros, me he orinado encima. “Pero ¿por qué te metiste por ahí?”, me preguntan mis allegados. Me siento responsable y culpable de lo ocurrido. Tengo 48 años. Paseo por un camino muy próximo a mi casa. “Hija, ¿no te da cosa ir tú sola por aquí?”, es el comentario bienintencionado de un vecino que pasea cada día por allí con su perro. “¿Qué me va a pasar?”, le digo (voy acompañada de mi perra, pienso; me siento estúpida). Sí, más de 20 años después, me sigue dando cosa.
